A veces todo parece cuesta arriba: durante unos segundos, tal vez unos minutos, unas horas, una tarde, unos días... te sientes en plena escalada sin tener ni idea de alpinismo. Es un estado de ánimo, las gafas con la que miras la realidad... que te parece descarnada, injusta y demasiado dura.
Es el cansancio. La rinitis. Los estornudos. El sibilar del asma. La rojez de los eccemas. El escozor. El malestar físico. El kit de primeros auxilios que cada vez se va ampliando y que te convierte en un pequeño politoxicómano: de la bilastina, a la metilprednisolona, sin olvidar la budesónica/formoterol fumarato dihidrato...
Y se te hace cuesta arribar ver la hinchazón en los ojos cuando te acercas a un espejo, el goteo incesante de la nariz, el escozor en la garganta... o que tu sistema digestivo se vuelve en tu contra en el momento más inoportuno.
Te agota y te rebelas contra la rutina de comprobar etiquetados de productos; una parte de ti se siente marciana y sin ganas de tener que explicar al mundo según qué cosas.
Se hace cuesta arriba pensar en cómo la alergia pueda condicionar tu vida, por mucho que tú no quieras que así sea. Y se genera una angustia que a veces es tangible y dolorosa. Dura un tiempo indeterminado y variable que luego pasa porque -aunque no sabes de dónde viene- una inercia te empuja a seguir sintiendo que no hay cuesta demasiado empinada.
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