Hoy toca pausa en los helados con un nuevo post que incluye historia personal. Nos vamos a otra marca clásica de mi infancia. Aquellos envases metálicos azules (tamaño familiar) con claras letras NIVEA con las que mi madre nos hidrataba... Nivea. Crema de manos. Crema por excelencia.
Casi una más en la familia, hasta el punto que cuando me trasladé a mi propia casa lo natural fue incorporar a mi hogar los productos (más sofisticados que los de mi infancia) de Nivea. En concreto el traslado a mi casa fue simultáneo al inicio de uso de la magnífica (y no es ironía) crema tratamiento corporal Reafirmante-Remodelador Q10 Plus.
Un día, poco después de empezar a utilizar esta crema después de la ducha, se me cayó su envase al suelo. Cayó justo por el lado en el que están detallados sus ingredientes... y por casualidad me dio por leerlos y sentir cómo el pánico se apoderaba de mí al comprobar que contiene Glycine Soja.
Aún conservo aquel envase como recuerdo, de hecho la foto que cuelgo es la auténtica y genuina. Aquella experiencia me sirvió para abrir los ojos y asegurarme de algo básico: no sólo debía revisar los ingredientes de los alimentos sino de otros productos... entre ellos los cosméticos.
¿A qué se puede deber la irritación en los ojos? ¿Los eccemas? ¿El asma incipiente? ¿La irritación en la piel? ¿A algo que he comido? ¿A la crema que he utilizado? ¿Y si el suavizante que uso para la ropa también contiene soja?
Afortunadamente consigo tener una vida muy estable y serena, sin la obsesión por la soja... aunque sí con la responsabilidad de cuidar y evitar riesgos y llevar siempre conmigo un buen antihistamínico.
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